El amante enamorado (en Priorat)

Con Marc venimos recorriendo territorios del vino y fantasías emprendedoras desde hace ya un buen tiempo.

Llegamos los dos a Gratallops de la mano de Fredi Torres y creo que aquí nació una competencia interesante al Trío Infernal.

Con Marc conversamos muchísimo acerca del mundo del vino y de sus personajes, fantaseamos peligrosamente con la idea de hacer algo, porqué no un Bar à vin de esos que creemos que hacen tanta falta porque nos hacen falta a nosotros.

Al proponer a la organización del Tast hacer este blog pensé que querría leer aquí lo que él quisiera contar de su relación amorosa con Priorat y concretamente con Gratallops y aquí está. Un post próximo, informado, de amante del vino pero también de la buena escritura y de leer tanto como sea posible, que sin lo uno no habría la otra.

Gracias Markitos por tu trocito de historia tan guapa!

Salut i fins disabte! Malena.

 

El amante enamorado (en Priorat)

por Marc Lecha desde espiavimonis.wordpress.com

 

Se acerca ya la 5ª Edición de Tast amb Llops y quiero pensar en los motivos por los que el amante del vino, el llamado consumidor final (que horrible ser reducido a eso, a consumidores: compra, compra, compra –y calla-), en definitiva la persona que le gusta disfrutar y acompañar su paso por este mundo con una copa en la mano, quiero pensar pues en los posibles motivos por los cuales valdría la pena desplazarse hasta Gratallops y asistir a este encuentro.

 

Me pongo en su lugar. No me es un ejercicio muy dificil, la verdad. Partimos del punto que me gusta el vino. Soy un amante del vino. No sabría decirles en qué grado me gusta, si más o menos que a otros, pero lo que si sé es que hubo un día en que me dejé seducir por la vitis vinifera y los misterios de la preferida de Baco. Hubo un día en que elegí, o quizás fue el vino quien me eligió, para que me acompañara en el camino. Y me temo que fue para siempre.

 

¿Y en qué consiste esto de amar el vino? Bueno, no es sencillo decirlo así a bote pronto, pero en mi caso diría que consiste en la voluntad de extender la relación con el vino más allá de lo que suele ser el abrir la botella antes de una cena y tomarse su contenido. Fin. No, eso a mi no me vale. Amo el vino de una forma en que me gusta dar esos pequeños pasos en dirección a lo que hay antes de que llegue al lineal de la tienda. Quiero conocer, en la medida de lo posible, cual es la historia que hay detrás de ese vino. Esto, indefectiblemente, acostumbra a llevar a encuentros, encuentros con personas, que son parte de la historia del vino. Un vino sin personas detrás es un vino muerto y yo, como amante del vino, no tengo mucha estima por los vinos muertos. De estos hay a patadas y me provocan más bien poco interés. Lo que quiero es conocer quién hace ése o aquél vino. Quiero conocer en qué condiciones se desarrolla su trabajo. Y lo que uno suele encontrarse allí, es pasión. Y a menudo esa pasión se contagia y acaba trasladándose al contenido de la botella. Me gusta acercarme al campo, conocer la tierra y también conocer cuales son las variedades de vid. Clima, fruta, terroir y productor apasionado. Quizás sea esa la fórmula. ¡Qué fácil parece y qué complejo es! Para mi, amar el vino consiste, cuantas veces me es posible, en aprovechar un viaje (¿o quizás definirlo en base a esto?) para acercarme a una realidad, nueva o ya conocida, a su alrededor.

 

Hablar del vino del Priorat, a estas alturas, es poco más que una necedad. Suele caerse en el tópico y eso es nefasto. Que si vinos caros, sobrevalorados, que si se han pasado tres pueblos, también se habla a veces de esnobismo. Es un mal vicio, a menudo mal copiado del afán del periodismo por los titulares, de definir las distintas zonas productoras de vino con un sólo término. Y venga todos a cargarnos el detalle, el matiz, la complejidad, lo hermoso por particular. Del Priorat se dicen muchas cosas que afortunadamente cambian en el mismo momento en que se accede a este mundo casi onírico, salvaje, indómito, todavía razonablemente aislado que es la comarca del Priorat. Si un término cuaja perfectamente con Priorat, es el de magnetismo. Es un lugar cuya naturaleza te envuelve y te atrapa, desnuda incluso. Invito a quien no lo conozca que aproveche un encuentro como Tast amb Llops para acercarse y dejarse llevar. Les contaré algo por lo que un consumidor final que ama un poco el vino no puede ser ajeno al magnetismo que tanto atrapa del Priorat. Es mi historia, pero podría ser cualquier otra.

 

Supongo que Priorat, y más particularmente Gratallops, me hacen ir a lugares comunes y a la vez muy íntimos que permanecen en el fondo de la memoria y marcan, desde allí abajo, algunas de las decisiones y actos que tomo en la vida actual. De crío viajaba alguna vez al entonces muy muy remoto Priorat, en el asiento de atrás de un Seat 124 blanco conducido por mi padre y con el maletero lleno a rebosar de garrafas vacías, de vidrio y algunas recubiertas de mimbre. Recuerdo la ruta una vez accedíamos a ese mundo aislado y silencioso, de miradas oscuras, un mundo de fondas y hostales: empezábamos en Cornudella, con vistas a Siurana, Poboleda, Escaladei, las dos Vilellas y Gratallops, antes de regresar, parada en Falset, hacia la costa y volver a la ciudad. Casi siempre bajo los cingles del Montsant, observando y protegiendo. Esto era antes, o quizás ya empezaban, que los vinos de Priorat eclosionaran, hicieran el gran salto y los cuatro personajes por todos conocidos contribuyeran a poner esta remota comarca en el mapa del mundo. En esa época las cosas eran un poco distintas: en esencia se trataba de ir de cooperativa en cooperativa, llenando las garrafas de garnachas imposibles, viejas e indomables, plantas aparentemente muertas, resecas, retorcidas en un palmo de terreno descompuesto, vinos duros y alcohólicos. Vinos que, según oí decir alguna vez en casa, algún día serían algo. Parece ser que si, que así fue.

 

Desde entonces, quizás fue entonces cuando aún sin saberlo, el hechizo del vino ya me había conquistado. Pasarían aún unos años hasta que lo descubriera (o quizás irremediablemente me entregara docilmente), pero Priorat ya era para mi un territorio de peregrinaje, como para otros lo es Compostela o el Monte Kailash.

 

Si aman el vino, vengan a Tast amb Llops y dejen que la fiesta los venza y enamore sin oponer resistencia. Nos vemos el 30 de abril.